martes, 26 de agosto de 2014

Mi Verdadero Amor (3)


Capítulo 25

El 24 y 25 de diciembre lodos se reunieron para cenar y comer en la casa familiar y la reunión fue todo un éxito. Eiza convenció a Tomi para que les acompañara, aunque tuvo que pelear con él para que se pusiera algo discreto, mientras Juan como siempre sonreía ante la locura y el excentricismo de aquel. Antes de salir hacia la casa de Manuel, Eiza le recordó a su primo aquello que su abuela siempre le decía: «Sé tú mismo, pero no asustes a los demás». Por lo que Tomi intentó ser moderado en sus actos. Manuel estaba encantado de que fueran más invitados de los que esperaba y se emocionó al tener a Eiza de nuevo entre ellos. El abuelo Goyo se quedó sin palabras tras conocer a Tomi. No le quitó el ojo de encima en toda la noche. Aquello no pasó desapercibido para nadie y todos temían que el abuelo, de un momento a otro, soltara alguna de las suyas, Pero no, sorprendiéndoles a todos no lo hizo. Fue discreto, aunque todos sabían lo que pensaba, incluido el observado. Aquella noche tras una divertida y exquisita cena en la que lo pasaron a lo grande, Tomi se marchó de juerga con Eva. Ambos tenían ganas de tomarse una cervecitas y bailar. Eiza y Sebastián regresaron solos a casa. Tras saludar a una efusiva Senda, Sebastián cogió una botella fresca de champán de la nevera, dos copas y entre risas y besos subieron a la habitación. Una vez allí, el joven dejó lo que llevaba en las manos sobre la mesilla y abriendo un cajón sacó algo y dijo:
—Toma canija. Papá Noel, ya sabes, ese señor gordo vestido de rojo que baja por las chimeneas, ha debido de pensar que has sido buena y dejó algo para ti.
Con una deslumbrante sonrisa ella lo cogió y abriendo su trolley, que estaba en un lateral de la habitación, sacó otro paquete y se lo entregó.
—Vaya que casualidad. El mismo señor gordo pensó que habías sido bueno y dejó esto para ti.
Ambos sonrieron y se sentaron con sus respectivos regalos sobre la cama.
—Las señoritas primero—insistió Sebastián con galantería.
Divertida, y emocionada porque él hubiera tenido tiempo de comprarle algo a pesar de los horarios de su trabajo comenzó a abrirlo. Lo primero que vio fue un perfume de Loewe, una cajita de la misma marca y un CD de música.
—Sergio Dalma—susurró encantada.
—Sí. He visto que lo escuchas muy a menudo, y como veo que te gusta más que AC/DC o
Metálica te lo compré para que lo escuches en tu casa —al ver que ella sonreía el prosiguió—. En
cuanto a los otros regalos, recuerdo que el día que fuimos de compras dijiste que una de tus tiendas
preferidas era Loewe, ¿verdad?
Feliz asintió y al abrir la pequeña cajita se quedó sin habla hasta que él dijo.
—Vale... no es un súper regalo de esos a los que estás acostumbrada, pero es algo que yo me
puedo permitir.
—No digas tonterías Juan por favor.
Al ver su ceño fruncido la besó y susurró.
—Me he vuelto loco pensando qué regalarte. Al principio pensé un Porsche rojo, pero luegoimagine que una estrellita como tú ya tendrías alguno.
—Dos. Rojo y azul—asintió sorprendiéndole.
—¿Lo ves? —sonrió encantado—. Sabía que lo tendrías. Por ello al final pensé que un llavero de Loewe con las llaves de mi casa podría gustarte —y mirándola a los ojos murmuró—: Espero que mi casa y mi compañía te gusten tanto como tu marca preferida.
Emocionada asintió sin poder hablar. No esperaba un regalo así. En especial porque aquello le sonó a declaración de amor. Sebastián al ver su mirada turbada prosiguió. Necesitaba hablar con ella y aquel era un momento ideal.
—A ver... Eiza. Quizá no venga a cuento lo que te voy a decir, y sea una metedura de pata tremenda...
Con el corazón a mil ella murmuró:
—Qué... qué pasa.
Durante unos segundos se miraron a los ojos y finalmente Juan a escasos centímetros de su boca susurró:
—Soy consciente de que eres un gran, grandísimo problema para mí...
—No lo pretendo —cortó ella torciendo el gesto.
—Me guste o no, cielo —prosiguió él—, lo eres y más cuando no puedo dejar de pensar en ti.
—Al escuchar aquello el corazón a Eiza se le revolucionó—. Sé que tenemos unas normas que ninguno va a incumplir, al igual que sé que tu vida no está aquí conmigo, ni yo soy hombre para ti. Pero quiero que cuando regreses a tu hogar, te lleves este llavero de tu marca favorita con estas llaves y sepas que aquí, en España, en Sigüenza, tienes tu casa para cuando quieras. ¿De acuerdo?
Acalorada, emocionada y sorprendida por sus palabras, y en especial, por lo que había sentido al escucharlo, lo besó.
—Muchas gracias —murmuró en un hilo de voz.
Al ver que él la miraba cómo esperando algo, sonrió y dijo:
—Sebastián, te prometí cumplir tus normas, pero tengo que decir que me gustas mucho, demasiado y creo que...
De pronto él se agobió. ¿Qué iba a decir? y le tapó la boca con las manos, al tiempo que le decía:
—Tú también me gustas mucho, cielo. Eres maravillosa, divertida, preciosa y estoy encantado de que estés aquí conmigo, pero seamos realistas y no digamos cosas que dentro de unos días puedan hacernos daño. ¿Vale, canija?
—Pero...
—No Eiza, no sigas con ello.
—Pero yo intento vivir el presente y...
—Lo estamos haciendo y lo estamos pasando bien —cortó Sebastián—. Ahora lo que no tienes que olvidar es nuestro trato y que esto es el mundo real y no una de tus románticas películas. ¿De acuerdo, cielo?
Decepcionada por no poder manifestar libremente lo que sentía por él, asintió e intentando guardar su desilusión, sonrió como buena actriz y dijo:
—Tienes razón. Venga, ahora abre tu regalo.
Con una radiante sonrisa, tras la que escondía su malestar por lo que acababa de decir, Sebastián rasgó el papel de regalo cuando ella murmuró:
—Te compré este marco de fotos porque pensé que si tenías la foto de nuestra primera boda a la vista, encima de algún mueble, te acordarías de mí y querrías verme otra vez a pesar de que soy un gran, grandísimo problema para ti.
Desconcertado, Sebastián clavó sus oscuros ojos en ella.
—¿Qué estamos haciendo Eiza?
Consciente de que aquella pregunta revelaba, en cierto modo, lo que él sentía por ella le quitó el marco de fotos de las manos y dejándolo a un lado de la cama, se abalanzó sobre él y lo besó.
—Conocemos. ¿Te parece poco?
Sebastián la abrazó y la besó. A partir de ese momento sobraron las palabras. Solo deseaban hacer apasionadamente el amor.








Capítulo 26

El veintisiete de diciembre Eiza y Tomi quedaron con las hermanas de Sebastián para ir de compras. En esta ocasión, Manuel, el orgulloso abuelo, volvió a hacer de niñero con Joel, Se quedó con su nieto e infinidad de biberones de leche. Divertidas y felices visitaron la tienda de la amiga de Almudena en Guadalajara. Una pequeña tienda de una joven diseñadora donde, sorprendido, Tomi tocó las telas, gustoso y encantado.
—Por el amor de my life ¡pero que ideal que es esto! —gritó al ver un fular a juego con una blusa azul.
—Pues todo lo que ves lo diseña y lo cose ella—rio Almudena cogiendo del brazo a su amiga.
—Alicia Domínguez. Te auguro una exitosa carrera—asintió Eiza mirando a su alrededor.
Aquella muchacha, en su pequeña tienda, tenía cosas preciosas y originales. Moda mucho más atractiva que muchas de las cosas que veía en las tiendas de Rodeo Drive.
—Gracias. Me encanta saber que te gustan —contestó emocionada.
Conocía por Almudena que aquellos dos guiris eran personal shoppers que viajaban por el mundo y si recomendaban alguno de sus modelos a alguno de sus dientes podría ser beneficioso para ella y su negocio.
—Oh Dios, soy lo más ¡Qué lindo estoy! —gritó Tomi al mirarse en el espejo y verse con uno de aquellos fulares estampados—. Esta noche ligo fijo... fijo.
—¿Dónde vas esta noche? —preguntó Almudena divertida.
—Salgo de copichuelas con el divine de tu bother y algunos de sus musculosos compañeros. ¡oh my god¡ Estoy emocionado. Estaré rodeado por verdaderos X-men only para mí— Sorprendidas por aquello las tres hermanas se miraron y finalmente Eva murmuró:
—Como diría mi abuelo, ¡que Dios te pille confesado hermoso! Salir con esos machos alfa de copichuelas a veces no es lo más recomendable.
—Sí lo dices porque su ruda y varonil heterosexualidad me puede asustar... Oh no, queen no. Yo solito con mi suavidad y mi lengua viperina puedo con cualquiera de ellos. Es más, que tengan cuidado, no los asuste yo a ellos.
—Lo que daría yo por verlos esta noche por un agujerito —rio Irene al escucharlo. Ver a los rudos compañeros de su hermano con aquel podía ser todo un numerito.
—Por cierto Almu —dijo Alicia tras descolgar una blusa—. El otro día vi a Raúl y me preguntó por ti. ¿Recuerdas a Raúl?
Almudena sonrió, ¿cómo no recordarlo? Hacía dos años que no le veía pero pensar en él aún le hacía sonreír, pero al ver la cara de su hermana mayor dijo:
—No me mires así. ¿Quieres?
—Uhh, nenas, ¿quién es ese Raúl?—preguntó Tomi.
—El chico con el que tenía que haberse casado hace años —cuchicheó Irene.
—Bueno habló doña decencia—rio Eva divertida.
—Ni decencia ni nada Eva María. Esta descerebrada dejó a Raúl para enrollarse con el innombrable del padre de su hijo y... ¡Zas!, ahora se ha quedado sin uno y sin el otro y con un muchacho que alimentar.
—Vamos... traumatizada estoy—se mofó Almudena mirando a Eiza.
—Sí... pero ahora estás sola—insistió Irene.
Eva, divertida por los aspavientos de su hermana mayor, añadió:
—Mira Irene, sé que lo que te voy a decir lo vas a considerar una gran vulgaridad, pero los hombres son como los pedos, le los tiras cuando quieres y punto pelota.
—Oh Dios mío, ¡qué vulgaridad! —protestó aquella mirando al cielo.
Aquello provoco una carcajada general de todos menos de Irene y cuando esta zanjó el tema con sus protestas Tomi se acercó a Eva:
—Guapa e inteligente. Uhh reina ¡tú vas a ser alguien en la vida!
Divertida por los comentarios, Eiza cogió una prenda y se la tendió a Irene.
—Ten pruébate este vestido gris y blanco. Estoy segura de que te quedará perfecto.
—¿No es demasiado moderno para mí?
Al escuchar aquello, todas rieron y Almudena empujando a su hermana murmuró:
—Anda... vamos para el probador que eres más antigua que el hilo negro —pero dos segundos después gritó—: La madre que te parió Irene, ¿cómo puedes llevar aún un sujetador mata pasiones?
—Pero si es nuevo—se defendió.
Antes de poder decir nada más la cortina del probador se abrió y todos miraron con curiosidad el sujetador de aquella.
—Joder —murmuró Eva mirándola—, Pero cómo puedes llevar todavía un sujetador con la típica florecita de la abuela entre las tetas.
—Ay que angustia —susurró Tomi mirándola—, ¿Eso te pones diariamente?
—¡Pero bueno! —gritó Irene ofendida—. Este sujetador es nuevo. ¿No lo ven?
—¡¿Nuevo?! —preguntaron al unísono Eva y Eiza.
—Sí. Lo compré hace menos de un año en el mercado y...
—Por el amor de my life —cortó Tomi—. Eso de nuevo tiene lo que yo de ruso. Pero my love, ¿has visto donde te asientan las tetillas?
Eiza muerta de risa por los comentarios de todos tiró de su primo y tras cruzar una mirada con Almudena dijo antes de correr la cortina:
—Probaos los vestidos y recordad: tenemos que pasar por una tienda de lencería.
—Con urgencia —insistió Tomi quien de pronto al darse la vuelta y ver un vestido grito—. Oh dios mio cuchi ¡mira que divinidad! ¿No te recuerda a uno de tus Armani? El que te regaló Giorgio cuando estuvimos en Italia para su fiesta de cumpleaños.
Eiza, acercándose a la prenda sin percatarse de cómo les miraban Eva y Almu a lo tocó y respondió:
—No... no se parece al Armani, pero tiene un aire al Givenchy que llevé para la fiesta de Arnold, en California. Aunque este me parece mucho más bonito.
—Tienes razón. Es mucho más majestuoso—asintió Tomi tocando las plumas.
Eiza se fijó en el precio que ponía en la etiqueta.
—¿Cuatrocientos veinticinco euros?—preguntó sorprendida.
—¡Oh qué escándalo!—gritó Tomi llevándose las manos a la boca.
Aquel vestido en negro y blanco de corte sirena y con plumas a la altura de la cintura y en la parte inferior de la falda, con semejante diseño, textura y trabajo, en cualquiera de las tiendas donde ellos compraban hubiera costado mucho, pero muchísimo más.
Alicia, la diseñadora, al ver el gesto de aquellos se acercó y respondió casi avergonzada mientras Eva no les quitaba ojo:
—Es una tela muy buena, y las plumas están cosidas una a una, todas a mano —y mirando a Eiza murmuró—, Pero si te gusta, por ser amiga de Almudena, te haré un precio especial.
Confundida por lo que aquella le decía, la actriz sonrió y aclaró:
—Ay Dios, creo que me has entendido mal. Lo del precio lo decía porque me parece tremendamente barato. Este vestido debería costar muchísimo más.
—Niña eres lo más. Cómo mínimo deberías cobrar cinco veces más de lo que pides por él. Este vestido, con el trabajo que lleva, debería tener el mismo precio que el Dior que compraste para la fiesta de Johny Deep, aquel con el que te pusiste las joyas de Chopard aseguro Tomi aun sorprendido por el precio
La joven diseñadora rio y Eva, sorprendida, preguntó:
—¿Tienes un Dior en el armario, has ido a una fiesta con Johnny Deep y te has puesto joyas de Chopard?
Rápidamente, Eiza reaccionó:
—Uf... ya quisiera yo. Ni caso, tonterías de Tomi.
El joven, al ver que de nuevo estaba metiendo la pata con sus comentarios, descolgó el impresionante vestido de fiesta y se lo tendió con mimo a su prima.
—Pruébatelo. Tienes que estar divina con él.
Eva, sin decir palabra, les observó intrigada. Aquellos dos habían zanjado el tema con demasiada rapidez y eso le hizo reflexionar. ¿Qué ocultaban?
Durante horas se hicieron los dueños de la tienda y se probaron todo, absolutamente todo lo que había, incluido Tomi que era el más fashion. Eiza se compró finalmente varios conjuntos de pantalón y camisa, un bolso, un vestido de gasa de noche y el glamuroso vestido con plumas. Alicia estaba rebosante de alegría. Nunca había vendido tanto a una sola dienta. Animadas por Eiza, las demás salieron con varias bolsas bajo el brazo. Aquella Nochevieja sería glamurosa y todos irían de punta en blanco para la cena. Agotadas, felices y con media tienda dentro de sus bolsas, a las tres de la tarde decidieron ir a un restaurante para comer algo. Estaban hambrientos. Tras pedir los primeros platos Eiza, Almudena e Irene fueron al baño, la ex-embarazada se había manchado la camisa de leche, y tenía que cambiársela por otra. Mientras, en la mesa, sonó un móvil, Tomi, al reconocer que era el de su prima, lo sacó del bolso de aquella y gritó encantado:
—Salma, ¿cómo estás Darling?—tras escuchar algo contestó—. Oh sí, aún estamos en Spain. I love Spain es precioso y su gente estupenda.
Durante un rato Eva escuchó en silencio lo que aquel hablaba y se inquietó al notar que en ocasiones paraba su chorreo de palabras y la observaba. ¿Por qué la miraba así? Pero más se sorprendió al observar con detenimiento las manos de aquel. ¿Dónde había visto aquel anillo? Finalmente Tomi se levantó de su asiento.
—En seguida vuelvo my Love. Voy a llevarle el teléfono a Ei. Esta llamada es very importante.
Al levantarse tan precipitadamente de la mesa tiró un bolso al suelo, pero él ni se inmutó mientras se alejaba enfrascado en su glamurosa y alocada conversación. Eva dejó escapar un suspiro, se levantó de su silla y se agachó a recoger el bolso. Era el de Eiza y sus pertenencias estaban desparramadas por el suelo. Lo primero que recogió fue su caja de cigarros de oro. Aquella que sacaba cada dos por tres para fumarse uno de sus cigarrillos. Al cogerla se fijó en el grabado y leyó Anna E. González. R. Durante unos segundos se quedó mirando aquello sorprendida. ¿Anna? Después cogió una pequeña agenda de tono violeta y, de pronto, de ella cayeron varias fotos. Al recogerlas Eva se quedó sin habla. Aquellas fotos eran de la actriz Anna Reyna y, al fijarse en ellas, saltaron las alarmas.
Dios bencito. No puede ser cierto lo que estoy imaginando, pensó nerviosa mientras su cabeza comenzaba a funcionar a toda máquina. ¿Eiza podía ser Anna Reyna? Con rapidez miró hacia la puerta de los baños. Continuaba cerrada, y sin poder contener su necesidad de curiosear, cogió la cartera Loewe, a juego con el bolso, y estuvo a punto de gritar cuando vio el permiso de conducir americano y leyó «Anna Eiza González Reyna. Los Ángeles. California».
—Joder…¡Es ella!—murmuró a punto del infarto.
Con las pulsaciones a mil recogió todo. Lo metió dentro del bolso y se sentó de nuevo en su silla. Sacó su Blackberry y dio gracias al cielo al comprobar que había Wifi en el local. Sin perder un segando, entró en su correo y buscó el email que le había mandado su amiga Yolanda. Clicó en la foto que buscaba y miro de cerca un detalle. Dos minutos después, sus hermanas llegaban a la mesa, seguidas de Tomi y Eiza con el móvil en la mano. Eva, noqueada, fijó la vista en la mano de Tomi. El anillo era el mismo que se veía en la foto del hotel Ritz.
Uf...Dios mio. Esto es una bomba informativa! pensó abanicándose con una servilleta. Lo que acababa de descubrir no la dejaba articular palabra. Frente a ella estaba Anna Reyna. La diva entre las divas de Hollywood tomándose un café, con toda la tranquilidad del mundo escondida tras una peluca y unas lentillas y ninguna de sus hermanas, ni ella misma, se habían dado cuenta. Pero ¿y su hermano? Le era difícil aceptar que su hermano no lo supiera. Seguro que se habían conocido en el operativo del hotel Ritz y por eso ella estaba allí. Pero algo no le cuadraba. Sebastián era un profesional y nunca se pondría a ligar con nadie en medio de un operativo, y menos con una mega estrella de Hollywood como aquella. Tenía que hablar con él urgentemente. Intentó comportarse con normalidad, pero le era imposible. Miró con curiosidad las manos de Eiza y comprobó lo cuidadas y sedosas que parecían. Las uñas estaban perfectas y hasta las cutículas las tenía impecables. Después observó su reloj Piaget. Aquel que Tomi dijo que tenía diamantes engastados, lo que Eiza negó. Ese reloj debía de costar una millonada, no como el Gucci de imitación que ella se había comprado en el mercado de su pueblo. Acalorada posó su mirada en el bolso que minutos antes había recogido y al ver el símbolo de Loewe se convenció que aquello era tan verdadero como que ella se llamaba Eva María Morán. Así estuvo durante un buen rato hasta que Irene, sorprendida por lo callada que estaba, le preguntó:
—A ti que te pasa ¿has visto un fantasma?
Todos la miraron y con una tonta sonrisa se encogió de hombros.
—Sí te dijera que sí ¿pensarías que estoy loca?
El grupo volvió a reír y el camarero llegó con la cuenta. Eiza se empeñó en pagar pero esta vez fue Almudena la que no la dejó y pagó.
—Inmortalicemos el momento —sugirió Eva saliendo de su letargo con el móvil en la mano.
Necesitaba pruebas. Necesitaba saber si aquella era quien imaginaba y se negaba a darle un tirón de la peluca. No, Eiza no se lo merecía. Tras salir de allí entraron en una zapatería donde busca ron unas botas para Irene que no encontraron. AI salir Eiza cogió por el brazo a Eva y le preguntó:
—¿Crees que las botas de Loewe color chocolate que se ha probado Irene le gustaban y no se las compra por su precio?
—Sí. Estoy convencida. Pero ese dinero no se lo gasta mi hermana en ella ¡ni loca!
Conociéndola se las comprará en el mercado—asintió esta y mirando a su hermana mayor dijo— : Irene haznos una foto.
Posaron sonrientes ante la cámara. Eiza se sentía feliz por haber encontrado el regalo de Reyes para Irene. De repente se escucharon los gritos de Tomi:
—Por el amor de Dior ladys. ¿Lo que ven mis bellos ojitos almendrados es una tienda de Adolfo Domínguez? —Todas asintieron—. I need entrar urgentemente en ella. ¡Vamos! Que esta noche quiero estar espectacular para los X-men.
Todas sonrieron y entraron en la tienda. En el interior del local, Eva, más callada de lo normal, observaba mientras sus hermanas y Eiza, hablaban con Tomi en referencia a un traje de seda azul. Con disimulo, escaneó a la actriz con la mirada y unió las piezas de su virtual rompecabezas. De pronto todo comenzaba a encajar y fue consciente que ella, Eiza, era la rubia de melena por los hombros que Irene había visto noches atrás besando apasionadamente a su hermano a través de la ventana. Veinte minutos después, cuando hubo consultado en su Blackberry cierta información sobre Anna Reyna y su primo Tomaso Anthony Nández Reyna se dirigió al grupo.
—Eiza, me gustan un montón tus gafas. ¿Dónde  las compraste?
—Son de la última colección de Valentino —murmuró Tómi—. Se las compré en Roma o ¿fue en Londres?
—Roma—respondió la propietaria.
—Bueno qué más da —rio el joven— ¿Son divinas no?
—Preciosas—asintió Eva—. Por cierto, me llama la atención lo mucho que viajan.
—Nuestro trabajo lo requiere—sonrió Eiza sin prestarle más atención.
Eva, anotando mentalmente todo lo que aquellos decían, miró directamente a la estrella de Hollywood.
—¿Me dejas que me pruebe las gafas? Me encantan.
La joven actriz, ensimismada en la charla con Irene, se las quitó y se las pasó. Eva observó detenidamente su rostro sin las gafas. No se notaba nada que aquel pelo no fuera suyo. Era increíble lo bien que hacían las pelucas. Aun así buscó bajo la maquillada ceja derecha la marca que Google le había desvelado que Eiza tenía tras sufrir una caída de un caballo en el rodaje de una de sus películas. Ahí está la marca, pensó al ver aquella pequeña cicatriz, pero con actitud coqueta buscó un espejo para mirarse y al instante comprobó que aquellas gafas no tenían graduación. Vaya... vaya... por lo que veo, Eiza te escondes muy bien pensó. Y, aprovechándose de que aquella no tenía las gafas puestas, le pasó su Blackberry a su hermana Almudena.
—Almu, haznos una foto—le dijo agarrando a Eiza del brazo
Su hermana cogió el aparato que le tendía:
—Eva María, qué pesada estás hoy con las fotos ¿no? Estás peor que cuando a Almudena le da por retratarnos—le reprochó Irene.
Sin darle mayor importancia la joven posó junto a Eiza, y cogiendo el móvil que su hermana le entregaba tras fotografiarlas murmuró entre dientes:
—Me gusta inmortalizar los momentos.
Finalmente se quitó las gafas y se las devolvió a su dueña que encantada reía por las ocurrencias de su primo. Eiza ajena a todo lo que aquella pensaba se las colocó, sin embargo, al sentir su insistente mirada tuvo que preguntar:
—¿Ocurre algo Eva?
—No, nada—E integrándose en el grupo dijo mirando a Tomi—: Por Dios chico, ese traje te queda divine. Ahora sí que eres lo más.
—Estoy para comerme, por delante y por detrás, ¿verdad? —se guaseó aquel mirándose en el espejo de la tienda.
El móvil de Eiza sonó de nuevo. Se lo sacó del bolsillo de sus vaqueros, sonrió al ver de quien se trataba y abrió la tapa. Desde hacía días estaba viviendo una luna de miel y pensaba disfrutarla a tope.
—Hola canija. ¿Dónde estás?
—De shopping en Guadalajara con tus hermanas.
—¿Todavía?—preguntó Sebastián sorprendido.
—Si crees que el otro día Tomi gastó dinero, espera a que lleguemos y veas todo lo que se ha regalado hoy.
Divertido por aquel comentario sonrió, estaba deseoso de verla.
—¿Tú no has comprado nada?
Mirando los bolsones que se amontonaban a sus pies asintió.
—Bueno... algo he comprado.
—¿Solo algo?—rio Sebastián.
—Lo confieso. He comprado mucho. Pero en la tienda de la amiga de Almudena tenían cosas tan maravillosas, que he estado a punto de comprar la tienda entera.
Feliz por escuchar su voz y por saber que ella estaba bien Sebastián sonrió. A pocos metros de él estaban sus compañeros preparados para un simulacro y lo reclamaban. Antes de colgar indicó:
—Bueno tesoro, te dejo. Solo llamaba para saber si estabas bien. Luego te veo en casa ¿vale? Ah, y dile a Tomi que no me iré esta noche sin él.
Eiza sonrió y observando a su primo pavonearse ante el espejo con un bonito traje dijo:
—Que sepas que le vas a hacer el gay más feliz del mundo. No para de hablar de que le vas a presentar a otros X-men como tú.
Sebastián se carcajeó.
—Recuerda cielo, no hagas planes con nadie a partir de mañana. Estoy libre hasta el día siete de enero y tengo muchos planes contigo.
—¿Ah sí?—rio gustosa.
—Sí, preciosa.
—Vaya...me gusta saberlo.

—Más me gusta a mi canija—murmuró él antes de colgar. Eiza cerró su móvil y dejó escapar un suspiro. Le gustaba aquella sensación. Le encantaba Sebastián y se emocionaba al recordar la frase «luego te veo en casa».








Capítulo 27

Aquella noche cuando Sebastián y Tomi se marcharon para tomar unas copas con los chicos, Eiza aprovechó para hacer sus compras de Navidad en Internet. Tenía muy claro que era lo que quería regalar a cada una de las personas que le alegraban la vida y aquel era el mejor momento. Sobre las once y veinte de la noche Sebastián llegó al Pub con un Tomi que sonreía encantado. Era consciente de que sus compañeros reaccionarían de un modo u otro ante su amaneramiento. Era de esperar. Pero también los conocía y sabía que aquello no supondría ningún problema. Una vez traspasaron la puerta del local, Sebastián señaló hacia el grupo del fondo. Allí estaban sus amigos. Tomi escaneó con la mirada a todos los miembros y esbozó una gran sonrisa, se retiró su glamuroso flequillo de la frente y dijo:
—Oh my God. ¡Cuánta barbaridad junta!
Aquel comentario hizo sonreír a Sebastián. Cruzaron el local y llegaron hasta donde se encontraban sus compañeros que al verlo le saludaron, aunque no les pasó desapercibido el joven de mechas color pistacho, al que miraron de arriba abajo extrañados.
—Les presento a Tomi—dijo Sebastián con tranquilidad—. Él es el primo de Eiza.
—La morena que me levantaste, ¿verdad?—acabó Lucas apoyado en la barra.
—Exacto—asintió Sebastián.
Tras intercambiar una significativa mirada. Sebastián continuo presentando a Tomi al resto de hombres.
—¿Ese Atila con cara de peligro también le tiró los trastos a mi prima?
Sebastián miro a Lucas y sonrió.
—Por el amor de Dior ¡Qué suerte tiene la queen!
Diez minutos después Tomi hablaba animadamente con Carlos y Sebastián, hasta que reparó en uno de los camareros del local y cuchicheó animado:
—Uhh nenes, ese guapo camarero, el de la camisa chocolate de Dolce & Gabbana, y los pantalones Versace de color blanco roto, es gay.
Carlos y Sebastián miraron hacia la barra.
—Te equivocas!  Jesús no... —dijo Sebastián.
—Ojo de loca no se equivoca—insistió Tomi.
Dos segundos después le pareció escuchar un comentario sobre él que lo obligó a darse la vuelta y moviendo las manos con exageración y poniendo pose de diva divina preguntó:
—Perdona rey Midas, ¿qué has dicho?
—¿Me hablas a mi palomita?— preguntó Lucas.
Colocándose el fular beige con glamour sobre los hombros Tomi le clavó la mirada y respondió.
—Te he escuchado decir algo sobre mí, y como veo que te intereso tanto solo me queda decirte una cosa: no tengo novio. ¿Te interesa el puesto?
Los hombres se carcajearon por aquello y Lucas, molesto por la burla de sus compañeros, apoyándose en la barra preguntó en actitud grosera dijo:
—¿Eso es una proposición para mi palomita?
—Si primate. En este momento, only para ti.
Sebastián se sentía incómodo ante la escena. Sabía que la presencia de Tomi ocasionaría algún comentario, pero nunca pensó que terminaría en disputa. Por ello, poniéndose en medio de aquellos dos, dijo alto y claro:
—Lucas, estamos aquí para pasar un rato divertido, no para ocasionar problemas. Y tú Tomi... déjalo pasar.
Pero el glamuroso joven no estaba dispuesto a callar.
—Pues va a ser que no my love. Esta... Mariliendre y sus hetero petardas han dicho algo que yo estoy dispuesto a aclarar.
—¡¿Mariliendre?!—se burlaron varios.
—¡¿Hetero petardas?!.—se carcajeó Carlos divertido.
—No me cabreen más —gruñó Lucas ofendido—. Y tú deja de decir mariconadas o al final tendrás problemas.
—Uhh... ¡Qué miedo! —rio Tomi—, Pero déjame decirte que ahora entiendo por qué mi prima eligió al divino antes que a ti. Tú eres demasiado corto de todo para una woman como ella.
Todos volvieron a reír y Lucas siseó.
—Sebastián, ¿qué tal si te llevas a la nena esta de aquí antes de que tenga problemas? Si sigue por ese camino voy a tener que molerlo a golpes con mis puños.
Sebastián fue a hablar pero Tomi, acercándose a Lucas, lo miró con gesto serio e indicó:
—No me asustan ni tus músculos, ni tus puños, ni tu divina cara de machote español. ¿Y sabes por qué? Pues simplemente porque en peores rodeos me he encontrado con tipos como tú y nunca me he callado. Vamos, para que te enteres, soy gay pero si tengo que sacar mis afiladas pesuñitas de gata siamesa, las saco. ¿Me has oído Mariliendre?
Sorprendido por aquella declaración y, sintiéndose humillado al ver que todos se reían Lucas bufó:
—¿Qué me has vuelto a llamar?
—Mariliendre y, por favor, ¿podrías repetir lo que has dicho hace unos minutos para que podamos acabar ya con esto?
Lucas, al sentir las miradas de todos clavándose en él, se envalentonó y dijo:
—Mira palomita, no te voy a mentir porque no es mi estilo. Acababa de decir, que tú no habías salido del armario, porque a ti te habían echado a patadas.
Todos se carcajearon, incluso Tomi. Aquel tipo de comentario homófono era muy de machitos.
—¿Sabes Mariliendre? Con lo bueno que estás, pensé que serias más original.
—No me llames Mariliendre —protestó aquel. Conocía a sus compañeros y sabía que aquel apodo le perseguiría el resto de sus días.
—No me llames tú a mi palomita. El que sea gay no significa que tú puedas llamarme como te dé la gana. Por lo tanto, si no quieres que yo te llame Mariliendre, ya sabes ¡llámame Tomi! Y en cuanto a lo del armario ¡oh my god! Nunca lo he necesitado ¿Tu si?
Lucas, con una mirada asesina, respondió dispuesto a partirle la cara:
—Me gustan las mujeres más que respirar y...
—Qué curioso, a mí me ocurre lo mismo pero con los hombres —gritó Tomi—, Es más, si yo fuera tú, me enamoraría de mí. ¿Y sabes por qué inútil?—al escuchar la carcajada de todos continuó —: pues porque soy más hombre que lo que tú podrías llegar a ser, y más mujer de lo que tú nunca serás.
Aquel comentario volvió a hacer reír a todos y Damián le preguntó:
—Hey, ¿sigues vivo?
Lucas miró a Sebastián, quien le pidió precaución con un gesto. Era consciente que todo aquello lo había provocado él mismo con sus comentarios y solo había una forma de solucionarlo. Con gesto tosco cogió dos cervezas del barril de hielo que había a su lado y, retándolo con la mirada, se acercó al joven que se había atrevido a desafiarle. Le tendió una de las cervezas y dijo:
—No soy un completo inútil Tomi. Por lo menos sirvo para dar mal ejemplo.—Y tras chocar su cerveza con la de aquel murmuró—: Te pido disculpas por mi comportamiento. En ocasiones soy un imprudente y esta ha sido una de ellas.
—Ay que divine. Estás para comerte bombón —gritó Tomi. Y brindando de nuevo con él añadió divertido—: Disculpas aceptadas guapetón.
—Bravo Mariliendre. Creo que por primera vez me siento orgulloso de ti —se burló Carlos sorprendido.
—¡Capullo!—rio Lucas dándole un puñetazo en el hombro.
—Oh my God... cuando hablan con esas palabrotas de machotes ¡me ponen un montón! ¡Qué sexys!
—No me jodas —soltó Damián. Y todos comenzaron a blasfemar.
—Por el amor de my life ¡me acabo de enamorar!— y al ver que todos lo miraban de nuevo aclaró inmediatamente— : Se dice el pecado, pero no el pecador. Pero tranquilos macho manes, ya sé que son heteros de los de verdad, les digo como a mi Sebas, si alguna vez quieren probar algo divine, llamenme.
—Sigue viviendo en las nubes —sonrió Sebastián.
—Vivir en las nubes no es lo malo my love, lo terrible es bajar —se burló Tomi haciendo sonreír a todos.
Llegó la última noche del año. El 31 de diciembre todos se vistieron con sus mejores prendas dispuestos a despedir un año y recibir con buen píe el siguiente. Durante los días anteriores Eva intentó hablar con su hermano, pero le fue imposible. No encontró el momento. Estaba totalmente absorbido por Eiza y no quería interferir en su felicidad. Se sentía culpable por lo que tenía que decirle, pero era necesario. Sobre las siete de la tarde, hora española, Eiza tras pensarlo con detenimiento, decidió llamar a su padre para desearle a él y a su mujer una feliz noche. Si algo le había enseñado su abuela era a comportarse con educación y decidió poner sus enseñanzas, un vez más, en práctica. Le gustara o no aquel hombre era su padre y así sería hasta que muriera. Como era de esperar, su trato fue frío e impersonal y Samantha, ni siquiera se puso. Cuando colgó, emitió un largo suspiro y besó la cabeza de Senda que estaba sentada a su lado encima de la cama.
—Qué suerte tienes con tener una excelente familia que vela por ti —le dijo, Una hora más tarde estaba dándose los últimos toques a su maquillaje cuando Sebastián abrió la puerta de la habitación y entró. Eiza se quedó sin habla. Aquel hombre, con su porte y su estatura, estaba guapísimo con ese traje oscuro. Él, al verla, silbó. Divertida por aquel gesto tan natural, se dio una vueltecita ante él y posando finalmente las manos en las caderas preguntó con galantería:
—¿Cómo me ves?
Devorándola con la mirada y deseoso de arrancarle el vestido y hacerle el amor, se acercó a ella y susurro sobre su boca.
—Perfecta.
Y sin decir nada más la besó. Le mordisqueó los labios arrancándole oleadas de placer y cuando ella sintió que él la levantaba del suelo y la llevaba hacia la cama, se deshizo del abrazo y dijo:
—Ah no... llevo una hora arreglándome y ahora tú no vas a estropearlo.
Al escucharla sonrió y con una salvaje mirada murmuró quitándose la americana:
—¿Seguro canija?
Divertida, corrió hacia el otro lado de la cama y levantando un dedo aseveró ante la picara mirada de él:
—Te lo digo en serio. No se te ocurra acercarte a mí. Llevo horas intentando colocar esta maldita peluca para estar presentable en la cena más importante del año en tu casa y...
—Y estás preciosa... —afirmó él. Pero al ver a su perra tumbada plácidamente en la cama protestó—: Por el amor de Dios, Eiza ¿cuántas veces tengo que decirte que no dejes que Senda se suba a la cama?
—Pero es que es tan linda —sonrió acercándose a aquella para besarla en la cabeza—. Mírala ¿No es una reina?
Sebastián no respondió. Se limitó a miraría ¿cómo enfadarse con ella? Verla besar a su perra y hablarle con cariño le ablandaba el corazón.
—¿Sabes Senda? Te voy a comprar un collar con brillantes bien relucientes, simplemente porque te lo mereces.
—Estrellita... —gruñó él—. No quiero que me amaricones a la perra con collarcitos relucientes.
Aquel comentario consiguió arrancarle una carcajada a ella.
—No lo escuches Senda. Tú eres una mujer como yo y estoy segura de que querrás estar guapa ante los de tu especie ¿verdad?—La perra ladró—. Pues no se hable más. Te comprare un collar de reina para una reina como tú.
Sebastián la miraba embobado. Por primera vez en su vida, una mujer tenía ocupada las veinticuatro horas del día su cabeza, cuando estaba con ella solo quería besarla, mimarla y hacerla feliz y cuando estaba lejos de ella, solo deseaba regresar a su lado. Aquello le tenía desconcertado como nunca en la vida y comenzaba a preocuparlo. Ella le provocaba una ternura hasta ahora desconocida que le estaba comenzando a gustar y eso desencajaba en su día a día. Le encantaba despertarse y acostarse con ella. Le apasionaba bailar en el salón a la luz de las velas, pasear en su compañía por el campo y un extraño nerviosismo se apoderaba de él cuando pensaba que aquellos momentos, tarde o temprano, tendrían que acabarse. Pero consciente que no era momento de pensar en ello, si no de disfrutarla al máximo, le tendió la mano.
—Vale, cómprale a Senda lo que quieras, pero ven aquí.
Con una candorosa sonrisa la joven se acercó a él y tras recibir varios besos en el cuello que consiguieron ponerle la piel de gallina él la despegó de su cuerpo y susurró:
—Tranquila, cielo. Por mucho que desee desnudarte no lo voy a hacer. Confía en mi ¿vale?
Decidió creerle, y ambos se acercaron al espejo ovalado de la habitación.
—¿Se nota que el vestido no es de firma?
Sebastián, que precisamente se estaba fijando en otra cosa que no era el vestido, respondió tras suspirar de satisfacción:
—No
—¿Y qué me ha costado muy barato?
Divertido por aquella pregunta, la abrazó por detrás y le susurró al oído mientras ambos se miraban en el espejo:
—No, cielo. Lo único que se nota es que este vestido te sienta muy, pero que muy bien. Estás preciosa.
Complacida por su respuesta y encantada por cómo la abrazaba con posesión suspiró:
—Mmm… me gusta saberlo.
Tras besarla por el cuello, y dejar en su recorrido cientos de anhelos, con voz ronca y sensual le susurró:
—Cuando te vean mis amigos esta noche en el Croll, van a babear y con razón, porque serás la mujer más sexy y hermosa del local, y yo estaré como loco por regresar a rasa para quitarte este fantástico vestido y disfrutar de ti y de tu maravilloso cuerpo durante horas y demostrarte una vez más que conmigo lo tienes todo incluido.
—Uhh pero... eso me gusta más —se burló ella dándose la vuelta para besarlo.
Unos golpes en la puerta y la voz de Tomi al otro lado les hicieron regresar a la realidad.
—Parejita feliz, ¿puedo entrar?
—Sí—respondió Sebastián separándose de Eiza.
La puerta se abrió y ante ellos apareció un Tomi en todo su esplendor. Llevaba un traje de chaqueta, pero si bien el de Sebastián era negro, él lo llevaba azul y de seda.
—Por el amor de Dior, de my life y de todo lo habido y por haber en este mundo. Eres el hombre de mis sueños más rosas y perversos. ¡Estás guapísimo!—gritó mirando a Sebastián de arriba abajo.
Eiza, al ver que a ella ni la miraba, se quejó divertida:
—Eh... hola... yo también estoy aquí.
Pero Tomi solo tenía ojos para Sebastián y al ver la diversión en los ojos de aquel, llevándose las manos a la boca murmuró:
—Pero por qué no conoceré yo a un spanish como tú para que me quite las penas y llene mi aburrida life de alegrías, gozo, sexo loco y desenfreno. —Al ver que aquel se desternillaba de risa prosiguió—: ¿Estás seguro de que eres hetero?
—Seguro —asintió Sebastián.
—¿Muy... muy seguro?
—Totalmente seguro.
Tomi, retirándose un mechón de la cara con coquetería insistió:
—No cabe la más mínima posibilidad de que...
Eiza le tiró un cojín a la cara y grito al más estilo puertorriqueño.
—Tomaso Anthony Nández Reyna ¿quieres levantarme a mi hombre? Porque si es así, mira que tú y yo vamos a tener problemas
—Uhh pero…mira la loba como se pone por su X-men. —En ese momento sonó el timbre de la puerta— . De todas formas ya sabes divine, si alguna vez quieres probar algo diferente, no lo dudes soy tu hombre.
Tras aquello Tomi sonrió y dijo antes de salir de la habitación para abrir la puerta:
—Por cierto, queen han llamado Wynona, Angelina, Tommy Lee, Penélope, Salma y Jenny para desearnos feliz salida de año. Y me han dicho que los llames o les envíes al menos un email para ponerles al día de your life.
—Tomi ¿por qué no me los has pasado? Me hubiera gustado hablar con ellos —protestó ella al escucharlo.
—Porque temía interrumpir un momento sexual lleno de lujuria y desenfreno baby ¡que todo hay que decirlo!—se burló aquel antes de desaparecer.
Sebastián estaba aturdido por la verborrea de Tomi y, en especial, por la lista de nombres que este había citado:
—Las personas que ha nombrado tu primo, ¿son las que yo me imagino? —preguntó cuándo se quedaron a solas.
—Sí cielo, son ellos —y encogiéndose de hombros aclaró—: Son mis amigos y simplemente se preocupan por mí.
Impresionado, susurró divertido:
—Vamos... igualito que cuando a mí me llaman el Pirulas, o el Rúcula.
Haciendo caso omiso, Eiza volvió a mofarse de las proposiciones de su primo, hasta que Sebastián la besó en los labios para callarla.
—Anda... vámonos. Antes de que empiece a planteármelo.
Cuando comenzaron a bajar las escaleras se encontraron a Tomi abrazando a Eva, que había pasado a recogerlos con Almudena.
—Están guapísimas —rio Sebastián al ver a sus hermanas con aquellos vestidos.
—No mientas. Aún parezco un tonel —se mofó Almudena con su bebé en brazos.
Todos rieron, y poco después los cinco tomaban algo en el salón de la casa. Eva, en un momento dado, logro aproximarse a su hermano.
—¿Podemos hablar un segundo?
—¿Qué ocurre?
Acercándose aún más a él cuchicheó:
—Tengo que hablar de algo contigo, pero a solas.
Aquello atrajo su curiosidad, pero cuando iba a responder, Eiza llegó hasta ellos, se colgó del brazo de Sebastián y les impidió continuar con la conversación.
Diez minutos después y mientras esperaban a que Almudena saliera del servicio para dirigirse todos juntos a la casa de Manuel, Eva, volvió al ataque.
—Sebas tengo que hablar contigo.
—Luego Eva, Luego.
—Pero es que necesito preguntarte algo.
—Luego Eva. ¿No ves que ya vamos para la casa de papá?
—Pero es importante.
—Ahora no pesada — sonrió él—. Luego.
Al ver que era imposible acceder a él, insistió por otra vía:
—Oye ¿sigues teniendo aquí la cazadora vaquera que me dejé hace meses?
—Sí. Está en mi habitación.
—¿Te importa que suba a por ella?
—¡¿Ahora?!
—Sí, es que siempre que me la quiero poner nunca la tengo a mano.
—Ya te la daré otro día, Eva. Ahora nos vamos a casa de papá —dijo al ver a su hermana salir del baño y a Eiza y Tómi abrir la puerta de la calle.
—Dime dónde está y yo subo a por ella —insistió aquella—. Será un segundo.
—Vale pesada, sube. Está en el lado derecho del armario de mi habitación.
Eva esperó a que su hermana se pusiera el abrigo y saliera de la casa junto a los demás. Se encaminó hacia la habitación, entro, entorno la puerta y recorrió el espacio con la mirada. Vio ropa de Eiza sobre una silla y sonrió al ver algo parecido a una camiseta sobresalir por debajo de la almohada. Sin perder mi segundo, busco el trolhy de Eiza y lo localizó en un lateral de la habitación
—Louis Vuitton, ¿cómo no? —susurró para sí al verlo de cerca. Sin pararse a pensar lo abrió y tras rebuscar unos segundos, encontró una especie de cartera pequeña, la abrió y encontró lo que buscaba: su pasaporte, otra peluca de repuesto y varios juegos de lentillas.
Confirmado. Eres tú, pensó al corroborar sus suposiciones.
Cerró el equipaje tratando de dejarlo todo como lo había encontrado. Y, cuando se disponía a salir, sus ojos se fijaron en algo que había sobre una de las librerías. Sin poder evitarlo, se acercó hasta ese objeto. Su corazón comenzó a bombear con celeridad cuando vio la fotografía que había dentro de aquel marco en tono gris. Alucinada, comprobó que las dos personas que se besaban, mostrando unas alianzas y unos trajes de novios desastrosos eran su hermano y la joven que se hacía llamar Eiza.
—Dios bendito, pero esto ¿de cuándo es?
Instintivamente sacó su Blackberry e hizo una foto. Pero al mover el marco para volver a ponerlo en su sitio se cayó un papel. Lo cogió y al leer lo que en él ponía las manos le temblaron. Era una licencia de matrimonio de Las Vegas donde figuraba el nombre de su hermano y el de la actriz. Tan sorprendida estaba observando aquello, que no oyó que la puerta de la habitación se cerraba.
—Ya sabía yo que no era la cazadora lo que le interesaba a la señorita entrometida.
Al volverse se encontró con la imponente presencia de su hermano y su gesto de contrariedad.
—¿Qué es esto?—preguntó la joven con el papel en la mano.
Sin mediar palabra, él se acercó hasta ella, le arrancó de las manos la licencia y la colocó detrás de la foto.
—Maldita sea, Eva. ¿Desde cuándo te entrometes en mi vida?
—Joder Sebastián, llevo días queriendo hablar contigo, pero eres más inaccesible que el rey de España.
—Muy bien. Sorpréndeme — suspiro resignado. ¿De qué quieres hablar?
—Tú sabes que ella es Anna Reyna y,..
—Si
—¿Y?
—¿Y qué?—gruñó él.
—Joder Sebastián que...
—Basta Eva—la cortó—, Y por tu bien, no te metas donde no te llaman.
Pero deseosa de saber, sin escuchar, volvió al ataque y preguntó.
—¿Estás casado con ella? ¿Estás casado con Anna Reyna?
—No.
—¿Entonces?
—Estamos divorciados—respondió molesto.
Sorprendida como nunca en su vida, preguntó en un hilo de voz.
—¿Pero cuando te casaste con ella?
—Mira Eva, eso ocurrió hace mucho tiempo, y si yo no te lo he contado, y ella tampoco lo ha mencionado, es porque no hemos querido. Eso ocurrió hace tiempo y es algo entre ella y yo. Por lo tanto, te rogaría que olvides tu alma de periodista entrometida, y mantengas tu boca cerrada para no ocasionarme problemas. ¿Me has entendido?
—Pero Sebas, esto... esto es un bombazo informativo.
—¿Has hecho alguna foto? —preguntó enfadado al verla con el móvil en la mano.
—Sí.
—Bórrala inmediatamente.
—Tranquilo. Nadie las va a ver, además...
—¡Bórralas!—exigió él.
—Sebas estoy segura de que la noticia y las pruebas que tengo me asegurarían unos buenos ingresos. Incluso, si lo gestiono bien, un trabajo en una buena redacción—susurró al darse cuenta de lo que tenía entre las manos.
—Eva, por favor...
—Sebastián soy periodista igual que tú eres un geo. ¡Es mi trabajo!
—No lo hagas —le rogó.
—¿Sabes lo que me estás pidiendo?
—Sí. Lo sé—suspiró—. Ella es importante para mí y si esto se supiera...
—Pero Sebas... ella y tú, ella es...
—Sé quién es ella y también sé quién soy yo —dijo con desesperación—. Solo espero que no olvides quién eres tú y pienses, antes de proceder, quién soy yo para ti.
Sin mediar palabra, abrió la puerta y la invitó a salir de la habitación.
—Que sepas que la prensa de todo el mundo la está buscando. Lo sé porque Yoli me mandó hace días un email con la noticia de que Anna Reyna no había abandonado España. Cientos de periodistas la están buscando y, tarde o temprano, llegaran aquí. Te lo aseguro.
—¡Mierda! —maldijo al escuchar aquello.
—Sebas sé realista. Esto se va a saber, comenzaran a tirar de la cuerda hasta que...
—Es imposible que nadie nos relacione.
—Sebastián... que soy periodista y sé de lo que hablo.
Al comprender que su hermana tenía razón dio un puñetazo contra la pared, lleno de frustración. Apenas quedaban diez días para que Eiza se marchara y no quería tener problemas. No quería problemas, pero tampoco que ella se fuera. Eva pudo adivinar los sentimientos de su hermano en su mirada y trató de consolarlo.
—Al menos, su secreto está a salvo conmigo aunque te cueste creerlo —dijo haciéndolo sonreír— Te quiero tanto que soy capaz de renunciar al dinero que podría ganar por este bombazo informativo. ¿Y sabes por qué? —él la miró—. Porque me gusta ver tu cara de enamorado.
Al mirar a su hermana a los ojos y sentir su franqueza, él sonrió y tras darle un abrazo murmuró mientras bajaban las escaleras:
—Gracias señorita entrometida.








Capítulo 28

Cuando llegaron a la casa del papá de Sebastián, todo fueron risas y diversión. Eva observaba con disimulo a la famosa actriz americana. Anna Reyna ¡estaba allí! Ella parecía feliz con su familia y eso, en cierto modo, le sorprendía. Eiza debía de estar acostumbrada al lujo y glamour y allí estaba, compartiendo canapés de sucedáneo de caviar y sonriendo a su abuelo mientras este cantaba un villancico y sonaba una cuchara en una botella. Manuel, orgulloso, disfrutaba por tener reunida un año más a su maravillosa familia y sonreía por ver a su hijo tan comprometido con aquella mujer. Desde que Eiza había entrado en su vida sonreía más a menudo, y se le veía más feliz. Una felicidad que Manuel saboreaba de una manera especial. Irene llegó como una diva de Hollywood. ¡Guapísima! Se había dejado aconsejar en todo y parecía otra mujer, algo que a Lolo, su Lolo, lo tenía cautivado. No podía dejar de admirarla. Parecía increíble que la impresionante preciosidad que reía ante él fuera su mujer. Irene, con su nuevo aspecto y, en especial, al escuchar los comentarios de todos, se sentía guapa. Ataviada con un vestido de fiesta negro que realzaba sus curvas, se dejó alisar el pelo por su hija Rocío y estaba impresionante. Todos lo pasaban bien, pero Sebastián, tras lo ocurrido en su casa, no podía disfrutar al cien por cien del momento. El hecho de que alguien ya supiera la verdad sobre Eiza, significaba que el engaño comenzaba a hacer aguas y eso le preocupaba. En un par de ocasiones cruzó la mirada con Eva y esta, con ñus gestos y guiños, lo hizo sonreír. Pero ya nada era igual. Saber que la prensa mundial tenía la certeza de que Eiza estaba en España lo inquietaba.
—¿Qué te ocurre hijo?—preguntó Manuel acercándose a él.
—Nada papá, no te preocupes.
Manuel, que había sido testigo de los gestos entre él y Eva sonrió y dijo:
—Vale. No me lo cuentes. Pero las miraditas entre Eva y tú me hacen suponer que pasó algo entre ustedes, y...
Al escuchar aquello preguntó.
—¿Qué te ha contado esa entrometida?
—Absolutamente nada hijo.
—¡Joder!
—Vamos a ver Sebas —indicó su padre caminando con él hacia un lateral del salón—, sé que algo te ocurre esta noche porque soy tu padre y te conozco. Con esto no estoy diciendo que me cuentes lo que te pasa, pero recuerda, tú, y la persona a quien tú ames, siempre pueden contar con mi apoyo incondicional. —Y mirando a Eiza que en aquel momento reía con su nieta mayor murmuró—: Esa muchacha es un encanto de mujer.
—Sí papá, lo es.
Y por primera vez en su vida y como si de un tsunami se tratara Sebastián sintió lo que era el verdadero amor. Adoraba a aquella mujer y ya nada se podía hacer. Poco después todos se sentaron a la mesa engalanada y comenzaron a cenar. Los pequeños lo pasaban bien y los mayores disfrutaban de la felicidad reinante. En aquella mesa no faltaron langostinos, salmón, ibéricos de la tierra, patés y cordero. Todo ello regado con vinos españoles, risas y canciones. A las once de la noche las mujeres se afanaron por quitar la mesa y preparar las uvas.
—Quédate conmigo—pidió Sebastián al ver que Eiza se levantaba.
No quería que se moviera de su lado. Deseaba aprovechar los momentos que les quedaban juntos y vivirlos lo más intensamente posible. El tiempo corría inevitablemente en su contra y quiso retenerla con él. Al escuchar su voz sensual, y sentir su mano sobre su brazo Eiza lo miro a los ojos y Sebastián, la atrajo hacia él y la besó. Le dio igual lo que pensaran. Le dieron igual sus propias y absurdas reticencias en cuanto a ella. Necesitaba besarla y lo hizo. La familia, sorprendida por aquella demostración de afecto, aplaudió y Eiza, aturdida, tras separarse de él contestó:
—Mi abuela me enseñó que cuando se está en familia hay que ayudar. Por lo tanto, ahora vuelvo, que voy a ayudar a tus hermanas. No quiero que piensen que soy una perezosa.
Dicho esto cogió varios platos sucios y desapareció tras la puerta de la cocina. El abuelo Goyo sonrió. Aquella demostración de su nieto ante todos le había henchido de orgullo.
—¿Quién quiere un helado?—preguntó Irene que salió de la cocina con una caja en la mano.
—Yo mami—gritaron Ruth y Javi al escucharla.
Tras darles un par de helados a sus niños, Irene se dirigió a su hija mayor.
—¿Tú no quieres helado?
—No mamá, engordan.
—Los helados no engordan. Engorda quien los come —se burló el abuelo Goyo haciéndolos reír a todos—. Y tú chiquita mía te lo puedes comer con tranquilidad porque tienes mucho pellejo que rellenar.
—Pero qué dices abuelo Goyo—protestó la cría—. Sí tengo unos muslos con los que se podrían cascar nueces.
—Uhh la carajita qué cosas tiene. Esta jodía tiene más salidas que la M—30—se burló aquel al oírla.
Cinco minutos después mientras las chicas trajinaban en la cocina Tomi que hablaba con Rocío dijo:
—Oh my God, you are a very beautiful girl.
—Thanks, Tomi —respondió la muchacha.
El abuelo Goyo que estaba sentado junto a ellos, les miró molesto por no poder entender de qué hablaban.
—En español, por favor.
Irene, al escuchar aquello, se acercó a su abuelo y le susurró con cariño:
—Tomi le habla en ingles a Rocío para que practique el idioma abuelo.
—¡Me importa un carajo!—gruñó aquel—. Quiero entender de qué hablan.
Tomi, al escuchar la queja, se dirigió al anciano que llevaba toda la noche mirándolo con horror y dijo:
—Oh lo siento abuelo Goyo... le decía a Rocío que es una chica preciosa —dijo con una encantadora sonrisa.
El hombre, le miró y señaló su atrevido flequillo.
—¿Por qué llevas ese extraño color en el pelo?
—Because I...
—En español, por favor —repitió el anciano.
—Oh lo siento de nuevo. Decía que lo llevo así porque me gusta.
—¿Te gusta llevar el pelo verde como una rana?
Con la boca abierta, Tomi acarició con mimo su cabello.
—No es verde rana. Es color pistacho triguero. ¿No lo ve? —respondió provocando las risas de todos a excepción del abuelo, que se apresuró a responder:
—Pues no hermoso... no lo veo.
—¿Seguro?
—Segurísimo —asintió el abuelo.
Tomi cruzó una mirada con Sebastián, que se encogió de hombros, y comprendiendo que era más que lógico que aquel anciano diera su opinión sobre su pelo, admitió:
—Sabe lo que le digo, que hay que ser elegante en la victoria y en la derrota y creo que esta vez, usted tiene razón. Mi pelo puede parecer de cualquier color menos pistacho triguero.
En el interior de la cocina, las mujeres se afanaban por quitar la cacharrería de en medio mientras charlaban.
—Ruth cariño, mete ese vasito en el lavavajillas—pidió Irene a su hija, y volviéndose hacia su otro hijo gritó—. Javi, como vuelvas a dar otro balonazo como el que acabas de dar a la nevera te juro que te corto las orejas.
Todas sonrieron. Irene era muy exagerada en palabras, pero luego no hacía nada de nada. Era demasiado buena y sus hijos sabían manejarla.
—De acuerdo mamita. Dejaré el balón.
—Ash ¡lo que cuesta querer ser un Iniesta! ¿Verdad? —dijo Eiza tocando la cabeza del niño.
—¡Ya te digo! —rio el niño.
Eva, sorprendida por aquel comentario, la miró, y preguntó con gracia:
—¿Pero tú sabes quién es Iniesta?
Rocío, que en ese momento entraba por la puerta, cruzó una mirada con Eiza y ambas sonrieron. Almudena llamó a su sobrina mayor para que la ayudara a coger unos platos para las uvas y, en compañía de Irene, salieron al comedor para ponerlos sobre la mesa. Javier, cuando vio que su madre salía por la puerta, comenzó a jugar de nuevo con la pelota. Y los acontecimientos se precipitaron. Eiza se agachó para coger un trozo de pan cuando un balonazo del pequeño monstruo del niño la desequilibró. El vaso que llevaba en la mano se estrelló contra el suelo y se hizo añicos y ella cayó de bruces, con tan mala suerte que se cortó. El niño se asustó y salió por patas. Eva, que lo había presenciado todo, rodeó la encimera para ayudarla pero la primera en llegar fue la pequeña Ruth.
—¿Te has hecho daño?—preguntó la niña.
Resignada a los balonazos del pequeño monstruo, Eiza se miró la mano y a pesar de que la sangre manaba, murmuró tocándose la peluca con premura para comprobar que seguía en su sitio:
—No, cielo... esto no es nada.
La cría de pronto dio un salto hacia atrás y gritó asustada:
—Tía Eva, tía Eva. A Eiza se le ha caído un ojo como a mi osito Sito.
A Eiza le entró pánico, ¿cómo que se le habla caído un ojo? Rápidamente, se palpó la cara, pero lo único que consiguió fue ensuciársela de sangre. Su ojo seguía en su lugar. Eva, asustada, al llegar a su lado comprendió lo que estaba pasando.
—Ve y dile al tío que venga en seguida. ¡Corre!
La niña salió corriendo entre aspavientos.
—Se te ha caído una lentilla —comunicó Eva tratando de localizarla entre los crista les.
—¡¿Qué?! —preguntó Eiza desconcertada.
Tras rebuscar unos segundos más, al fin la encontró, y entregándole la lente oscura le dijo apremiándola:
—La niña te acaba de ver tu ojo azul. Rápido, lava la lentilla aunque sea con agua y póntela antes de que venga cualquiera de mis hermanas y vea que tus ojos son azules y no negros y tengas que empezar a dar cientos de explicaciones.
—¿Cómo?—preguntó perpleja.
—Joder Eiza, que sé que eres Anna Reyna pero ahora no hay tiempo para explicarte porqué lo sé. Ponte la jodida lentilla, como sea, si no quieres que todos sepan quién eres.
Sin pensárselo dos veces Eiza se levantó, abrió el grifo del agua, se quitó la sangre de la mano, lavó la lentilla, y se la metió en el ojo justo en el momento en que se abría la puerta y toda la familia entraba asustada. El primero en llegar hasta ellas fue Sebastián, que con cara de preocupación, miró a Eiza y al ver su mejilla con gotas de sangre y su ojo lloroso e irritado preguntó:
—¿Qué te ha pasado?
—Nada... nada no te preocupes —respondió quitándole importancia—. Me resbalé, nada más.
—¿Y la sangre?—gritó Irene histérica.
—No se preocupen —aclaró Eva—. Se ha cortado con un vaso en la palma de la mano pero nada grave. Vamos... de esta se salva y se come las uvas.
Aquello hizo sonreír a Eiza, incluso cuando vio al pequeño Javi mirarla con gesto asustado. Todos comenzaron a hablar entre sí y Sebastián atrayendo de nuevo su mirada preguntó observándola de cerca:
—Dime que estás bien.
Al sentir su preocupación lo miró emocionada y susurró:
—Estoy bien, cielo.
—¿Me lo prometes?
—Te lo prometo—susurró deseando besarlo.
El abuelo Goyo, abriéndose paso entre todos a bastonazos, llegó hasta la muchacha y la miró con preocupación.
—¿Estás bien bonita?
—Sí abuelo Goyo—dijo ella mirándolo con cariño—. Ha sido un corte sin importancia en la mano. Sin querer me he tocado la cara y...
La pequeña Ruth metiéndose entre las piernas de todos llegó hasta su tío y dijo para atraer su atención:
—¿Has visto que a Eiza se le ha caído un ojo como al osito Sito?
Sin entender de qué hablaba Sebastián la miró, y Eiza, al entender porque la niña decía aquello, sin poder evitarlo dirigió su mirada hacia Eva y ambas sonrieron. De pronto un grito desgarrador se escuchó tras ellos. Tomi al oír lo que la pequeña había dicho, antes de que nadie pudiera hacer nada, cayó redondo ante todos. El susto fue tremendo y el caos se reinó de nuevo de la cocina. Segundos después lo trasladaron a una pequeña salita y le recostaron en el sofá. Su prima empezó a abanicarlo y Tomi, por fin, reaccionó. Abrió los ojos y vio a su adorada Eiza ante él.
—Ay mi love, dime que estás enterita y bien.
—Sí Tomi si... no te preocupes. Estoy bien. Ha sido solo un cortecito sin importancia en la palma de la mano.
Pero al ver la sangre seca en su mano este gritó de nuevo horrorizado sacando toda su pluma dramática.
—Por el amor de Dios cuchita... estás... estás sangrando. Please... please... llamen a una ambulancia. Esto es terrible... ¡esto es horrible! Necesitamos con urgencia que el mejor cirujano plástico del país examine su linda mano.
Eiza, al ver que su primo perdía los papeles, se agachó para sisearle en el oído:
—Tomi, maldita sea, quieres cerrar tu boca y relajarte. No ha pasado nada, y estás asustando a todo el mundo.
Aquel tono de voz, y en especial, su mirada fue lo que le relajó. Si su prima lo miraba así, no podía encontrase muy mal. Así que sacándose un pañuelo del interior de su chaleco celeste, se lo pasó por la cara y preguntó:
—¿Cómo llegue hasta aquí? Yo estaba en la cocina.
—Sebas te cogió en brazos y te trajo basta el sofá —respondió Manuel.
Al escuchar aquello, Tomi, con una media sonrisa, miró al hombre que tanto le gustaba y haciéndolo sonreír preguntó con picardía:
—¿Has tenido que hacerme el boca a boca?
—No. Pero si hubiera hecho falta te lo habría hecho —respondió aquel divertido por sus aspavientos.
—Por el amor de my life... mi hombretón preferido, my divine, me ha cogido entre sus fuertes y musculosos brazos ¡y yo me lo he perdido!
—Me temo que si —asintió Eiza.
—Thanks rey divino —murmuró aquel—. Ahora, además de ser el macho man más sexy y perfecto del mundo mundial, también eres mi salvador. Aww cuanto te I love you. Ven aquí que te coma a besos cielito lindo.
El abuelo Goyo, que hasta el momento se había mantenido callado en todo lo que hacía referencia a aquel muchacho no pudo más, y dijo ante todos dejándolos boquiabiertos:
—Este muchacho es más maricón que un palomo cojo —y levantando el bastón gritó—: Pero Sebas, que te está tirando los tejos el muy sinvergüenza delante de todos. Que te ha llamado cielito lindo y te quiere comer el morro el muy cochino.
—¡Abuelo, por favor!—le regañó Almudena, mientras Sebastián  y Eiza se morían de risa.
—¡Ni abuelo, ni San Leches!—gritó de nuevo el hombre.
—¿Un palomo cojo? Uhh que comparación tan poco glamurosa —se burló Tomi.
Los descalificativos en referencia a su sexualidad eran algo que ya hacía tiempo que habían dejado de afectarlo.
Irene se llevó las manos a la cabeza mientras Lolo y Manuel intentaban contener la risa. Todos parecían divertidos excepto las tres hermanas.
—Abuelo cállate. No seas descortés —gruñó Eva horrorizada.
—¿Qué me calle?—protestó aquel garrote en alto— . Lo que voy es a ¡regañarlo! Por Sin vergüenza. Pero no vieron las cosas que hace y que dice. En mi época ya...
—Tú lo has dicho abuelo, en tu época —cortó Sebastián a ver el cariz que estaba tomando aquello.
Después, miró a su padre y a sus hermanas y con la mirada les pidió que les dejaran a solas y se llevaran a los niños.
Cuando se alejaban, Eiza sintió que alguien le tocaba la espalda y al volverse sonrió:
—Lo siento mucho. Yo no quería que...
—No pasa nada, mi amor. No te preocupes. Sé que lo hiciste sin querer y tranquilo, esto quedará entre nosotros.
—Yo no quería que te cortaras, de verdad, no lo quería.
—Lo sé, cielo, no te preocupes.
El niño suspiró aliviado.
—¿Me perdonas tía?
¡¿Tía?! Escuchar aquella palabra tan familiar le puso los pelos de punta. Ella no tenía hermanos y ningún niño nunca la llamaría así. Por ello y aprovechándose de aquella intimidad entre los dos, Eiza lo besó con dulzura.
—Por supuesto que sí, cielo. ¿Cómo no te voy a perdonar?
Sebastián observó la situación y, aunque no podía oír lo que decían, se imaginó lo que había sucedido en la cocina. Dos segundos después, todos se marcharon al comedor dejando a solas en el saloncito al abuelo, Eiza, Sebastián y a un perjudicado Tomi.
—I'm sorry abuelo Goyo, no era mi intención molestarle —se disculpó Tomi al recordar las advertencias de su prima. Ver el gesto crispado de aquel anciano y cómo le miraba, le recordó los consejos que su abuela le había dado antes de morir.
—¿Amsorri? —repitió el anciano—. Ya estamos con tus palabrejas. ¿Qué has querido decir? —Que lo siento. Siento mucho haberle incomodado con mi manera de ser —respondió bajando los pies del sofá— No era mi intención. Y si a usted le molesta mi presencia entenderé que quiera que me vaya y...
Eiza fue a hablar. Si su primo tenía que irse, ella se iría con él, pero el abuelo levantando el bastón les ordenó callar. Miro fijamente al muchacho que, de pronto, parecía haber perdido toda su espontaneidad.
—Vamos a ver hermoso. ¿Por qué te vas a ir?
—Mire abuelo Goyo. Sé que a veces soy algo exagerado en todo. Pero no lo puedo remediar, así soy yo. Intento no hablar espanglish pero...
—¿Espanglis? ¿Pero qué leches es eso?—repitió el anciano sorprendido.
—Abuelo —aclaró Sebastián—. El espanglish es la mezcla de palabras en español con palabras en inglés. Vamos... su manera de hablar.
—Vale... ahora comprendo porque no te entiendo,
—Lo siento.
—Hermoso —sonrió en viejo mirándole—, si quieres que te entienda, o hablas castellano o no te entenderé nada, porque sinceramente de cinco palabras que dices a veces solo entiendo una y malamente.
—Lo intentaré.
—Harás bien, hermoso. Harás bien.
Sebastián observó a su abuelo con orgullo, quien levantó la mirada indicándole que todo estaba bien.
—Cómo iba diciéndole, sé que tengo más pluma que un lago lleno de cines rosas y espumosos, a pesar que delante de usted he intentado cuidar mis formas y comportarme. —El anciano sonrió—. Mi abuela, que en paz descanse, siempre me decía: «Tómasete, ten cuidado con lo que demuestras con tus actos y con tus palabras o la gente te juzgará sin saber». Y hoy ¡zas! He demostrado ante usted y su familia que estoy enloquecido por este hombretón. —Sebastián sonrió—. Ese cuerpo, esa preciosa cara y esas manos me tienen ¡crazy!, digo loco. —Al ver que el anciano comenzaba a levantar el bastón aclaró—: Lo que quiero decir es que yo... I love you, Sebas.
—Qué le aisloyus a mi nieto ¿Qué es eso?
—Que le quiero —aclaró aquel—. Pero no del modo en que usted piensa. Lo adoro porque es una buena persona. Lo quiero por su temple, por su varonilidad, por su seguridad, por su saber estar, y le admiro porque me gusta cómo nos trata a mi prima y a mí, y como cuida de todos ustedes, su familia. Creo que él es un maravilloso hombre digno de admirar, y yo lo admiro y lo quiero.
—Es que mi Sebas es un chico muy educado. Siempre nos sacó muy buenas notas en el colegio —afirmó el encantado el abuelo haciéndolos sonreír.
—Abuelo Goyo —prosiguió Tomi intentando hablar con claridad para que el anciano lo entendiera—. Los gays con plumaje rosado como yo, cuando estamos en familia nos gusta mostrarnos tal y como somos, y usted y su familia me han hecho sentir tan bien, que he sacado toda mi artillería gay creo que les he asustado, ¿verdad?
El anciano miró a su nieto Sebastián, y al ver que este sonreía suspiró. Volvió su mirada hacia el muchacho que había soltado toda aquella parrafada y dijo:
—Criatura, me has asustado. Por un momento he pensado que mi casa se podía convertir en Sodoma y Gomorra y ¡copón! Eso no me hizo ni pizca de gracia. En nuestra familia nunca ha habido un... un... guy o jey o como leches se diga, y no estoy acostumbrado a tratar con gente como tú.
—Pues somos gente normal se lo aseguro—aseguró Tomi—, lo único que quizá, en mi caso, soy extremadamente escandaloso y amanerado a la hora de manifestar lo que pienso y siento. Si ya me lo dijo Ei antes de venir: «Tomi, controla esa lengua de víbora, o al final te envenenarás con tú propio veneno».
—¿Eso le dijiste, bonita?
—Sí, abuelo Goyo —asintió esta—. Soy la persona que más conoce a Tomi en el mundo y sé que cuando se siente en familia, suelta su lengua hasta límites insospechados. Y aunque ha intentado estar comedido, al final ha explotado.
—Si ya decía yo que eras demasiado fino moviéndote. Lo analicé el primer momento que te vi hace días —sonrió el anciano—. Y cuando esta noche te he visto aparecer con este traje azul y...
—No es un azul cualquiera... —intervino Tomi de nuevo.
—Ya estamos con los colores—resopló el anciano.
—El i raje que llevo además de ser de la última colección de Valentino, es color azul ozono. ¿No lo ve?
Sebastián fue a hablar. Aquellos dos iban a comenzar de nuevo con sus contradicciones, pero su abuelo adelantándose dijo:
—Yo lo veo azul. Simplemente azul.
—Como diría mi abuela—intervino Eiza—, Todo depende del ojo con que se mire.
—Exacto —cuchicheó Tomi—, La vida tiene muchas tonalidades y, en este caso, el color azul tiene muchos matices.
—¿De qué hablas muchacho?
—Veamos abuelo Goyo, el azul tiene tonalidades como el ultramar, antracita, azul grisáceo, azul pastel, lapislázuli, azul humo, azul hielo, aguamarina, azul acero, celeste agua, celeste muerto etc... Solo hay que mirar bien el color para acertar su nombre, y este divino traje de Valentino, siento decirte que no es azul. Es azul ozono.
El abuelo examinó de nuevo el traje y encogiéndose de hombros murmuró:
—Me parece muy bien muchacho, pero yo sigo viéndolo azul.
—¿Cuántos azules conoce?—insistió Tomi.
—Uno. Bueno dos —reconoció el anciano—. El azul claro y el oscuro.
—¡Genial! Vamos por buen camino. Eso es ampliar miras al futuro. Pues la vida es así, solo hay que fijarse bien en las personas para encontrar su color —sonrió el muchacho ganándose una divertida mueca del anciano.
—De verdad hermoso...que hablar contigo es como abrir una enciclopedia. ¿Te han dicho alguna vez que serías un buen orador?
—No, pero me agrada saberlo.
Viendo que el momento tenso había pasado y que su abuelo y aquel charlaban con cordialidad, Sebastián cogió del brazo a Eiza y dijo:
—Ahora que veo que empezáis a entenderos, si no les importa iré con Eiza al baño para curarle la mano.
—Sí hijo ve—indicó el anciano—. Tomi y yo tenemos mucho de qué hablar.
Tras cruzar una mirada con su primo, Eiza, se dejó guiar.
Una vez llegaron al baño Sebastián cogió algodón y agua oxigenada, la obligó a sentarse en un taburete, se agachó delante de ella y la besó. Devoró sus labios con dulzura y deseó continuar con aquella salvaje pasión, pero se contuvo. No era lugar.
—Me estas volviendo loco. Es mirarte y deseo besarte.
—Vaya... ¿en serio?
—Sí... muy en serio —suspiró él.
Después de varios sensuales besos, Eiza estaba excitada e incapaz de ocultar lo que necesitaba decirle lo miró fijamente y dijo en un susurro:
—Te quiero...
Al escuchar aquello, Sebastián se separó de ella y frunció el ceño.
—¿Qué has dicho?
—Que te quiero—repitió sin dudar.
Boquiabierto, e incapaz de creer lo que acababa de decirle, murmuró:
—No... eso no puede ser.
—Pues créeme, lo es —afirmó esta.
Adoraba escuchar aquello, pero no, no podía ser. Y mirándola a los ojos preguntó:
—¿Cómo puedes quererme si apenas me conoces?
Sabía que tenía razón. Pero ella era una mujer que vivía al día, sin pensar mucho en el mañana y necesitaba decirle lo que sentía. Así que, encogiéndose de hombros, añadió:
—Lo que conozco de ti me hace quererte. Es más, me haces tan feliz que a veces creo que voy a explotar. Me gusta estar contigo, pasear, jugar a la Wii, ver la televisión. Me encanta como me tratas, como me mimas, como me miras, como me haces el amor. Adoro a tu familia, a tus amigos, a tu perra... No sé cómo ha pasado, Sebastián pero tengo que decirte que te quiero...
—No sabes lo que dices... —cortó molesto.
—Si... si se lo que digo.
—Lo que yo creo es que has visto demasiadas películas románticas, o mejor dicho, has hecho demasiadas escenas románticas, y te crees que esto es una escena más—se burló él haciéndola reír, —Me encantan las películas románticas. ¿A ti no?
—No.
—¿Por qué?
—Porque la realidad del día a día no es tan bonita como el final de cualquiera de esas películas.
Yo no creo en el amor, Creo en el deseo sexual, en la necesidad de tener a alguien u tu lado. Pero en esa romántica palabra llamada amor que a las mujeres os vuelve locas, sinceramente no. Durante unos segundos ella lo observó. Por su manera de mirarla y de cuidar de ella, sabía que él también sentía algo muy especial por ella. Pero era tan cabezón que nunca daría su brazo a torcer. Por ello, sin querer darse por vencida, levantó su mano derecha y mostrándole la muñeca murmuró:
—Llevó tu pulsera de todo incluido. ¿Acaso no puede incluir el amor?
—No canija, esa pulsera no lo incluye—siseó.
—Te quiero, Sebas —cortó de nuevo ella tapándole con su mano la boca—, y aunque tú no me quieras, yo no puedo dominar mis sentimientos hacia ti, a pesar de nuestro trato, Una vez te dije que mi abuela me enseñó a vivir el presente y a eso es lo que hago. Quererte. Me encantaría que me dijeras que sientes lo mismo por mí, pero...
Sintiendo que un fuego abrasador le quemaba por dentro, pero incapaz de hablar de sus sentimientos, la atrajo hacía él y la besó. Deseó decirle muchas, pero se contuvo. No era buena idea. No tenían futuro. Interrumpió el beso y la desconcertó dándole un dulce beso en la punta de la nariz para empezar a curarle la mano. Durante un rato ambos es tuvieron en silencio hasta que ella murmuró:
—Eva sabe quién soy.
—Lo sé.
—¿Lo sabes?
—Sí.
—¿Esto te ocasiona algún problema?
—No —respondió ceñudo.
Apenas si podía dejar de pensar en las palabras que minutos antes ella había pronunciado: «Te quiero». Le quería. Aquella mujer que tenía delante, que se dejaba cuidar y mimar por él, y por la que suspiraban millones de personas en el mundo, le acababa de confesar su amor, y él era incapaz de hacer lo mismo.
—¿Crees que dirá algo a la prensa?
Sebastián, concentrado en lo que estaba haciendo, murmuró:
—Tranquila. Nuestro secreto sigue a salvo, pero he de decirte que la prensa ya sabe que tú sigues en España.
—¡¿Cómo?!
—Me lo ha dicho Eva.
Confundida fue a responder cuando la puerta del baño se abrió y apareció la pequeña Ruth.
—¿Te duele la pupa?
—No, cielo, no me duele nada.
—La tía es muy valiente —sonrió la niña abrazando a Eiza.
—¡¿Tía?! —preguntó Sebastián.
—Ruth cariño, yo no soy tu tía —increpó la joven al ver la cara de aquel.
—Sí... sí lo eres. Javi me ha dicho que lo eres.
—¡¿Javi?!—volvió a preguntar confundido.
—Sí, él ha dicho que eres nuestra tía, porque eres muy buena y nos quieres.
Sorprendida, la joven cerró los ojos para evitar ver el gesto descolocado de Sebastián, cuando la pequeña, ajena a lo que aquellos pensaban, abrió un cajón del mueble del baño, sacó una cajita y dijo:
—Toma tío ponle una tirita de Dora la Exploradora en la mano a la tía. El abuelo dice que son mágicas y que quitan el dolor muy rápido.
Divertido por las ocurrencias de su sobrina, cogió una de las tiritas y tras cruzar una mirada cómplice con una sorprendida Eiza, la abrió y se la puso en la palma de la mano.
—¿A que ya duele menos?—preguntó la niña.
—OMG, pues es cierto, mi amor —asintió Eiza— . De pronto se me ha quitado el pequeño dolor que sentía.
Sebastián, incapaz de no sonreír ante aquel teatrillo, las miró alternativamente y suspiró. La niña, encantada de haber ayudado a mitigar su dolor, se acercó a Eiza y examinándola los ojos con detenimiento, cuchicheó:
—Qué suerte que encontraste tu ojo. Guando se le cayó ni osito Sito, lo busque y lo busqué pero no lo encontré.
Eiza, pasándose la mano por el ojo, asintió y Juan por fin comprendió lo que había ocurrido. Eso le provocó una carcajada que apaciguó los nervios entre ellos. Una vez concluyó su misión de enfermero, guardó el algodón, cogió a la pequeña en brazos y tras ayudar a Eiza a levantarse dijo:
—Vamos, regresemos al salón.
Diez minutos después, una peculiar familia miraba con adoración el televisor mientras bromeaba con los cuartos, hasta que Irene gritó y todos comenzaron a comer las uvas entre risas y jaleo. Cuando sonó la última campanada, y se metieron la última uva en la boca, todos prorrumpieron en aplausos y comenzaron a besarse y abrazarse. Sebastián, tras tragar sus uvas, asió de la mano a Eiza y la atrajo hacia él. Lo que ella le había confesado aun le tenía bloqueado, pero encantado por tenerla junto a él, murmuró:
—Feliz año nuevo canija.
—Feliz año guapo.

Ambos sonrieron y se dieron un corto beso en los labios, mientras, el abuelo Goyo le daba un codazo a Tomi para llamar su atención sobre el beso, y ambos sonreían complacidos.





Capítulo 29

Sobre las tres de la mañana, tras jugar con los abuelos en casa al bingo, los más jóvenes se marcharon de fiesta al Croll. El dueño había contratado a una banda de salsa y todo el mundo bailaba a su son. Si algo le gustaba bailar a Eiza era la salsa y Sebastián se quedó muerto cuando la vio menear las caderas con su primo. Se notaba que habían bailado mucho aquella música, no solo por lo bien que bailaban, sino también por la sincronización de sus movimientos.
—Wow. ¿De dónde te has sacado ese ritmo? Madre mía que culo más sabroso que tiene — rió el Pirulas acercándose a Sebastián, quien sonrió al comprobar que este no la relacionaba con la jovencita que conoció años atrás en Las Vegas.
—Es una amiga muy especial, por lo tanto ahórrate tus comentarios—respondió este sin quitarle ojo. Todavía no se había repuesto de la declaración en toda regla que Eiza le había hecho en el cuarto de baño de la casa de su padre. ¿Le quería? ¿Ella estaba enamorada de él? El Pirulas, al ver como su colega miraba a la joven, clavó dio un largo trago a su cubata y silbó.
—Joder macho, eres mi héroe. Yo de mayor quiero ser como tú. Te tiras a Paula, Rebeca o Azucena cuando quieres y ninguna se enfada contigo. ¿Cómo lo haces?
Durante un buen rato los dos amigos mantuvieron una animada charla sobre mujeres, donde al Pirulas, como siempre, nada le quedó claro. Poco después llegaron el Rúculas, Lucas, Damián y varios amigos más. Media hora después, Sebastián constató que el Pirulas visitaba el baño con demasiada frecuencia y al ver sus ojos cargados, le pillo del hombro y le susurro en confianza:
—Contrólate, que los ojos le delatan.
Al escuchar aquello, el Pirulas sonrió y sacó un botecito del bolsillo del pantalón.
—Pero si solo he fumado maría —y tras echarse una gotitas en los ojos aclaró—. Eso sí, de cosecha propia. Yo no fumo cualquier mierda. Por cierto, tengo en casa unos cogollitos buenos... buenos.
En ese momento llegaron Carlos y Laura, acompañados por un grupo de amigos entre los que estaba Paula vestida con un sexy y atractivo vestido rojo pasión.
—Uff... como me pone esta mujer —cuchicheó el Pirulas al mirarla y ver su contoneo de caderas—. ¿Te molesta si la entro?
—No—respondió Sebastián, divertido tras cruzar una mirada con Lucas y Damián.
—Vale. Porque viene vestida para matar. Por cierto ¿crees que me hará caso?
Sebastián, con una sonrisa, miró a su amigo y respondió seguro de lo que decía.
—Eso se lo tienes que preguntar a ella.
Paula que, en el mismo instante que había entrado en el Croll había localizado a Sebastián, se acercó a él sin dudarlo. Deseaba pasar la noche en su compañía y, sin importarle la mirada de del Pirulas, le pasó la mano por la cintura, apoyó la cabeza en su hombro y le susurró en tono meloso:
—Hola forastero. Cuánto tiempo sin verte. —Y acercando sus labios al cuello de Juan susurró
—: Últimamente no me llamas y te echo de menos.
Lucas, que estaba al lado de Sebastián, reaccionó al escuchar aquello.
—Paulita... Paulita... cuando quieras un hombre de verdad ¡llámame!
—Cierra el pico Mariliendre—se burló Damián ganándose la mirada jocosa del ofendido.
En la pista, Eiza bailaba salsa con Tomi. La banda contratada era muy buena, y cuando comenzó a sonar la canción O tú o nadie de su amigo Marc Anthony, no pudieron contenerse y disfrutaron a tope del tema, hasta que ella se fijó en quien estaba hablando Sebastián. Sin apartar la vista de su objetivo, vio como aquella odiosa mujer se acercaba a su posesión más de lo normal, y él no hacía nada para retirarse. Su enfado fue creciendo por segundos, y cuando vio que ella le echaba los brazos al cuello quiso gritar. Aquella escena le calentó la sangre y Tomi al intuirlo y ver lo que ocurría la cogió de la mano para tranquilizarla.
—Ni se te ocurra hacer lo que me estoy temiendo, lady.
—Oh... tranquilo. No pienso hacer nada. —Pero sin poder remediarlo confesó en un arrebato de sinceridad—:Hoy he cometido un terrible error; le he dicho que lo quiero.
—¡¿Qué le qué?!—gritó su primo al escucharla.
—Lo que has oído.
—Oh my God vamos derechitos al desastre. —Y quedándose quieto en medio de la pista preguntó—: ¿Y qué te ha dicho el X-men?
Tirando de él para que volviera a moverse, la joven gruñó:
—Nada.
—¡¿Nada?!
—El X-men, no me dice que me quiere ni por equivocación.
Durante unos minutos más continuaron bailando, pero la tranquilidad de segundos antes se había acabado. Tomi, observando cómo Paula se contoneaba delante de Sebastián, y sin poder remediarlo siseó:
—Esa no es una mujer. ¡Es una víbora!
Eiza no contestó. Desde su posición vio que Carlos y Laura se acercaban a ellos y todos parecían mantener una animada charla. De pronto la música paró, las luces bajaron de intensidad y sonó música para enamorados. Malhumorada, pero armada con todo el aplomo que pudo reunir, la joven se encaminó hacia donde estaba el grupo, cuando de pronto, Tomi gritó al ver a Lucas junto a Sebastián.
—¡Por el amor de my life, de tu life y de la life de todos! Pero si está aquí mi Batman preferido y yo no me había dado cuenta.
Eiza, sonrió al unirse al grupo, aunque a Paula la había taladrado con la mirada. Incomoda por como todos la observaban fue a decir algo, cuando Tomi cuchicheó:
—Mírale... pero si está cuadrado.
Sebastián viendo que Eiza mantenía las distancias, se dirigió a Tomi y, divertido, preguntó:
—Eh... ¿ya no soy tu preferido?
Tomi, acercándose con descaro, se interpuso entre Paula y él, y, tras conseguir apartarla, sonrió ampliamente y murmuró con complicidad:
—Tú eres lo más. Pero contigo no tengo futuro y con él todavía no se sabe.
Aquello provocó una carcajada general.
—Lo siento Tomi, pero ya te dije que a mí me van las mujeres. Nuestro amor... es imposible— dijo Lucas. Y se llevó la mano al pecho con comicidad soltando un lánguido suspiro.
—Que sepas osito mío, que me acabas de partir mi lindo y bello corazoncito en millones de pedacitos —respondió Tomi, resignado.
Carlos dio un pescozón a Lucas y cuando este miró indicó divertido:
—Desde luego Mariliendre, ya te vale.
Mientras todos se lo pasaban en grande con los graciosos comentarios, Paula y Eiza se miraban con dureza a los ojos, Juan, en cierto modo, era un trofeo y ninguna de las dos estaba dispuesta a perderlo. Finalmente, Eiza con tono desafiante dio un paso adelante.
—Vaya... vaya... mira a quién tenemos por aquí.
Aquel tono de voz hizo que Sebastián la mirara extrañado. ¿Qué le ocurría? Paula sonrió y poniéndose las manos en la cintura siseó:
—Me alegra volver a verte mona. En especial porque aquí no trabajo y te puedo decir todo lo que me venga en gana sin miedo a represalias.
—Esto se pone interesante. Pelea de gatas—se burló el Pirulas.
—¿Represalias? —preguntó curiosa Laura, la mujer de Carlos.
Aprovechando el impacto de aquella palabra, Paula, en actitud sumisa, soltó delante de todos.
—Sí. Esta mujer se hospedaba en el parador y allí me dijo cosas muy desagradables. Incluso amenazó con hablar con mis superiores para que me despidieran si volvía a acercarme a Sebastián.
—Vaya...—susurró Eiza sorprendida bajo la atenta mirada de este.
—Perra y mentirosa. ¿Hay algo peor? —se burló Tomi al escucharla.
Eiza fue a defenderse, cuando Sebastián, inflexible, dio un paso al frente y preguntó con el ceño fruncido:
—¿Es cierto lo que dice Paula?
—Pues no, no es cierto. Y me parece de muy mal gusto que precisamente tú me lo preguntes.— Volviéndose hacia la mujer prosiguió muy enfadada—: Sí mal no recuerdo, tú me insultaste, concretamente me llamaste zorra por haberme marchado aquella noche con Sebastián. Yo solo me limité a recordarte que era un huésped del parador. Nada más.
Paula sonrió. Aprovechando lo cerca que se encontraba de Sebastián, empujó a Tomi para quitarlo de en medio, y con un descaro que dejó a todos patidifusos, posó su mano sobre la cintura de Sebastián.
—¿Acaso es mejor que yo en la cama? —Sebastián no respondió—. Porque nunca me has tenido tan abandonada como me tienes desde que ella apareció.
—Wow—susurró el Pirulas incrédulo.
Lucas, Damián y todos en general pasaban su mirada de la una a la otra, mientras la mujer de Carlos las observaba boquiabierta. Laura conocía muy bien a Paula y sabía hasta donde era capaz de llegar para conseguir sus propósitos. Aquel juego sucio no le estaba gustando nada. Sebastián siempre había sido claro con ella y no le debía ninguna explicación. ¿Por qué comportarse así? Enfadado, fue a intervenir, pero Eiza se le adelantó.
—Como respondas a la grosería que esta zorra te ha preguntado, te juro que me voy y no me vuelves a ver jamás.
Cada vez más molesta por la presencia de aquella mujer, Eiza, apretando los puños hasta clavarse las uñas en las palmas siseó:
—Eres odiosa ¿lo sabías?
—Mira mona ¡piérdete!—respondió Paula con soberbia.
Molesto por la escenita, se quitó de encima las manos de Paula, y acercándose a Eiza que lo miraba con gesto duro gritó:
—Pero bueno, ¿qué clase de hombre crees que soy?
—No lo sé, según tú, no te conozco —respondió furiosa.
Aquel golpe bajo le dolió, pero consciente de cómo se habría puesto él si la escena si hubiera sido al revés, miró a Paula y, enfadado, dijo:
—Qué te parece si te marchas a engatusar a otro hombre y tenemos la fiesta en paz.
Molesta por aquel desprecio, Paula taladró con la mirada a la joven que le robaba toda la atención de Sebastián y se marchó con un gran enfado. Lucas, para tranquilizar a su amigo, le dio un golpe en la espalda y mirando a Tomi dijo para atraer su atención:
—Vamos colega... te invito a una copa.
—Sí... vamos a pedir algo—asintió Damián.
Tomi, tras mirar a su prima y pedirle calma con la mirada, se colocó el flequillo y, caminando
junto a aquellos dos hombres impresionantes, murmuró:
—Con vosotros, guapetones, voy al fin del mundo.
El Pirulas, al ver a Paula alejarse de aquella manera, fue tras ella. Quizá aquella noche tenía posibilidades. Carlos asió a su mujer por la cintura y también desaparecieron, dejando a Eiza y a Sebastián solos en medio del bullicio del local. De repente, sonó por los altavoces: “Gorrioncito que melancolía...
En tus ojos muere el día y a...
Excusa si la culpa ha sido mía...”
Durante unos segundos se miraron con el desafío instala do en sus ojos. Ella estaba indignada y necesitaba un respiro, pero aquella canción...
Sebastián, por su parte, deseoso de arreglar cuanto antes el desafortunado incidente extendió su mano en un gesto conciliador.
—Ven, canija.
—No —respondió retirándose el flequillo de la cara—. Cuando estoy enfadada, necesito mi tiempo. Déjame en paz.
—De acuerdo—asintió pacientemente mientras la voz de Sergio Dalma seguía cantando:
Yo sin ti... moriré
Yo sin ti... sufriré
Yo sin ti... que hare, todo el sueño mío...
Sebastián recorrió lenta y pausadamente su bonito cuerpo mientras daba un trago a su bebida. Pasados quince segundos, ni uno más, él preguntó:
—¿Ya has tenido suficiente tiempo canija?
Aquella palabra. Aquella canción. Aquella sonrisa, sus ojos y su voz, la hicieron sonreír y finalmente se rindió y fue a su encuentro. Sin necesidad de salir a la pista donde varios amigos bailaban acaramelados con sus parejas, comenzaron a moverse al ritmo de la música. Con los ojos cerrados, se dejaron llevar por la melodía mientras aspiraban su olor y sentían cómo la excitación creía entre ellos.
—Olvida a Paula. Ella nunca ha sido significado nada para mí.
—Vale... pero ella parece no saberlo.
Conmovido por lo que sentía al tenerla entre sus brazos le susurró al oído:
—A mí solo me gustas tú.
—Sí... pero no me quieres.
Aquel reproche, le aguijoneó el corazón:
—Eiza, no compliques las cosas por favor, Tú y yo sabemos que es imposible —dijo mirándola a los ojos.
Sabía que estaba metiendo la pata por momentos con sus ridículos sentimientos y para hacerle sonreír, la joven levanto el brazo y lo sacudió.
—Aun llevo la pulsera todo incluido, así que cierra el pico y mímame.
Sebastián sonrió. Sonreír con ella era lo más fácil del mundo y cuando vio que ella hacía lo mismo preguntó:
—¿Sabes que voy a tener que cambiar de táctica contigo canija?
—¿Por qué?
—Porque me vuelves loco y te estoy comenzando a... querer.
Escuchar aquello para Eiza fue, como diría Tomi, «lo más». Aquel impresionante hombre que la miraba con sus preciosos ojos oscuros le acababa de decir que la quería.
—Vaya... por fin he conseguido que me dijeras algo de película —susurró con una boba sonrisa.
—Mira... no compliquemos más las cosas. Olvida lo que he dicho en este último minuto.
—Ni lo pienses —sonrió ella—. Has dicho que me quieres y eso no lo voy a olvidar.
Sobre las seis de la mañana la fiesta estaba en todo su apogeo. Todos se divertían y Paula no había vuelto a acercarse a ellos. Lucas y Damián comprobaron lo buen amigo que podía ser Tomi. Aquel, con todo su plumaje y gracia, les había ayudado a conocer a unas chicas encantadoras con las que la noche pintaba muy bien.
Eva, en la pista con Menchu, contoneaba las caderas al ritmo de Shakira y tarareaba
«Rabiosa» con furia al ver a Damián ligar. No es que hubiera algo entre ellos, solo una noche, meses atrás, que habían decidido olvidar. Sin embargo, verlo allí, sonriendo como un imbécil a aquella chica la sacaba de sus casillas.
Paula, desde su posición en el pub, observaba con malestar al hombre con el que deseaba pasar la noche y a la mujer que sonreía con él. Al ver que la batalla, al menos aquella noche, la tenía perdida decidió centrarse en el Pirulas. Quería sexo y diversión y aquel estúpido estaba dispuesto a dárselo.
Al rato, Menchu y Eva decidieron visitar el baño. Eiza, al ver donde iban, también se apuntó.
Gracias a Dios no había nadie más en aquel reducido espacio, por extraño que pudiera parecer.
—¡Averiado! —leyó Menchu en la puerta de uno de los dos lavabos—. ¿Por qué los baños tienen que estropearse cuando una más los necesita?
—Son como los hombres reina, ¡inoportunos! —se burló Eva al mirar el cartel.
Mientras Menchu entraba con rapidez al aseo libre, las otras dos aprovecharon para recomponerse observándose en el espejo, Eva, al quedar a solas con Eiza la miró y comentó:
—Lo de mi sobrina Ruth esta noche ha sido buenísimo. Te juro que porque ya sabía quién eras, porque si no, me hubiera dado un buen susto pensando que se te había caído un ojo como al osito Sito.
Al recordar aquello, Eiza esbozó una sonrisa y, convencida de que nadie las escuchaba, contestó:
—Siento mucho haberles mentido a todos. Me siento fatal, pero no puedo ir contándole a la gente quien soy realmente o...
—No te preocupes por nada —cortó Eva—, Comprendo perfectamente lo que dices, pero tienes que entender que cuando mis hermanas o mi padre se enteren tu verdadera identidad, probablemente se sentirán dolidos porque no has confiado en ellos para haberles dicho la verdad.
—Lo sé y eso me duele muchísimo.
—Pero vamos —prosiguió Eva sacando la barra de labios del bolso—, ni te preocupes. Cuando te vayas, Sebastián y yo se lo explicaremos. Estoy segura de que lo entenderán.
Aquellas palabras «Cuando te vayas» le provocaron un pinchazo en el corazón, pero dispuesta a no amargarse la noche la miró y preguntó:
—¿Cómo lo has descubierto?
—Soy periodista ¿lo has olvidado?—pero al ver que aquella sonreía indicó—: Me escribió un email Yolanda Grecia, una amiga también periodista, para decirme que había llegado la noticia a todas las redacciones de que tú, aún continuabas en España. Y ya sabes, esta vida es muy perra y hace unos días vi algo que me alerto y comencé a sospechar. Ni que decir tiene que me sorprendí muchísimo cuando descubrí que tú realmente eras ¡Anna Reyna! —ambas sonrieron—. Después investigué un poco y con mi Blackberry, que siempre lo llevo en mi bolso, capté imágenes tuyas que me sirvieran de prueba para poder demostrar quién eres tú. —Al ver que aquella abría los ojo» desmesuradamente, rápidamente aclaró—: Pero tranquila, no las utilizaré porque se lo he prometido a Sebastián y si yo prometo algo, lo cumplo. Pero que sepas que tengo más pruebas, el bombazo del año fotografiado en mi móvil gracias a algo que encontré en la habitación de mi hermano. —Eiza asintió y aquella gritó—: Joder, que eres ¡Anna Reyna!
En ese momento, Menchu salió del aseo bajándose su vestido negro.
—¿Desde cuándo lo sabes?
Eva, sorprendida por la naturalidad con la que aquella reaccionaba al escuchar el verdadero nombre de Eiza, le respondió con otra pregunta:
—Y tú pedazo de mal amiga ¿desde cuándo lo sabes?
La joven actriz, al ver la cara de sorpresa de Eva y de horror de Menchu, salió en defensa de la joven recepcionista.
—Yo le pedí que, por favor, no lo dijera. No te enfades con ella.
—La madre que te parió Menchu —gritó Eva descolocada—. Sabiendo el bombazo que podía ser esta noticia para mí, ¿me lo has ocultado? Joder Menchu, que una noticia así me soluciona el mes. Que digo el mes ¡el año!
Su amiga suspiró y, lavándose las manos, murmuró con una media sonrisa:
—Lo siento Eva, pero en mi contrato con el parador lo pone bien clarito, confidencialidad absoluta. Y lo siento, pero necesito ese trabajo.
—La madre que la parió —volvió a repetir incrédula.
—¿Lo sabe Sebastián? —Quiso saber Menchu.
Ambas asintieron. Eva, para desviar la conversación, preguntó mirándola:
—Oye, ¿no te pica la cabeza de llevar tanto tiempo esa peluca?
—Pues depende del día. Hable con Penélope y ella, como es de Madrid me aconsejó dónde comprar pelucas de calidad y...
—Cuando hablas de Penélope, ¿te refieres a Penélope Cruz?
—Sí. Es muy amiga mía.
—Ay, Dios ¡qué emoción!—volvió a gritar una alucinada Eva—. Si consiguiera una entrevista con ella y con Bardem ahora que han sido padres ¡me vuelvo millonaria! Y si a eso le sumo una entrevista a Anna Reyna... uff... ¡Me compro una mansión en Sigüenza!
—Deja tus fantasías para otro momento—rioMenchu.
Eiza, entre risas, entró presurosa al aseo mientras las otras dos continuaban parloteando.
—Por cierto Eiza, me encantan tus películas.
—Gracias—respondió aquella desde el aseo.
—Oye, ahora que nos conocemos —prosiguió Eva—, si alguna vez voy por Hollywood, espero que me presentes a varios actores que me tienen enloquecida. Porque tengo unos cuantos en el punto de mira desde hace tiempo. ¿Conoces a Gerad Butler?
—Sí.
—Ay Dios ¿me lo podrás presentar si voy?
—Claro.
—Y a mí —se apuntó Menchu.
—Por supuesto. Es un tipo muy simpático. Cuando vayan lo llamo y salimos a cenar.
—OH MY GOD —aplaudió Eva—Cuando les enseñe las fotos a mis locas amigas de facebook se van a morir y no me van a creer. Ese pedazo de hombre es el objeto de deseo de muchas... ¡Muchas! Y finalmente podré gritar a los cuatro vientos: ¡Gery es mío!
Eiza salió del aseo y fue el turno de Eva.
—Pues te prometo que cuando regreses tus amigas, como dices tú, se morirán.
Tres minutos después abandonaron el baño felices y contentas, Cuando quedó vacío, la puerta del aseo «Averiado» se abrió y de él salieron Paula y un atontado Pirulas. Con una sonrisa que no deparaba nada bueno, ella arrancó el cartel de la puerta y, mientras se bajaba el vestido rojo, miró al atocinado que se subía la bragueta y dijo:
—A ver Pirulas, tienes que hacerme un favorcito cielo.
—Tú dirás Paulita—sonrió aquel.

Con la maldad reflejada en sus ojos lo besó, ya casi podía saborear su triunfo.